En el puerto real, los kiters surcan las olas sobre sus tablas. De repente Tom, un entrenador de kitesurf, es atacado por la noche en su casa movil. Alguien está intentando asesinarlo. Sievers, Behrendsen y Feldmann se pasan la mañana siguiente en las marismas frente al cadáver de un hombre, del que no tienen la identidad, pero descubren que es de un español, Pablo Hernández, que de alguna manera pertenecia a la escena de kites y que había tenido problemas en Tarifa.